Tríptico de la infamia

La edición de la novela que se publicó en Venezuela | Foto albaciudad.org


Tríptico de la infamia (Pablo Montoya) llegó al país con el Premio Rómulo Gallegos. Esta novela no estaba en los estantes de las librerías hasta que se ganó el premio otorgado por el gobierno venezolano, se imprimió una edición de 20.000 ejemplares a cargo de Monte Ávila, BCV y el Celarg.

Cuando leí el veredicto del jurado, me interesó mucho por tratarse de una novela basada en la vida de tres artistas protestantes del Siglo XVI y la verdad es que no me defraudó.



Ignorante yo, pensé que lo que leía era ficción. Y en parte lo es, como en toda novela histórica, pero no sabía que se trataba de la vida de personas que realmente vivieron, de viajes y matanzas tan ciertas.

La pluma de Montoya que salta de narrar en tercera persona a primera, después a tercera de nuevo para volver a primera (incluso siendo él un personaje más), se combina muy bien con su destacado talento para describir en profundidad las ideas, lugares y sentimientos de los protagonistas de su relato.

Luego están esas frases que suelo resaltar al leer una novela. Esos mensajes en la botella que se camuflan entre la literatura, pero que son el vivo pensamiento de quien escribe. Logré captar unas cuantas:

"Hacemos mapas con círculos, con cuadrados, con líneas y puntos, pero la verdad es que estamos describiendo relaciones de poder, divisiones jerárquicas, ambiciones sociales y sueños. Sobre todo sueños que se difuminan en el espacio de la imaginación como lo hace el polen en el aire de las fecundaciones".
Eso lo dice Montoya en una evocación de Le Moyne recordando a su maestro.

Más adelante surge una reflexión de De Bry que asocié mucho con el periodismo:
"La realidad siempre será más atroz y más sublime que sus diversas formas de mostrarla. Creo que todo intento de reproducir lo pasado está de antemano condenado al fracaso porque solo nos encargamos de plasmar vestigios, de iluminar sombras, de armas pedazos de vidas y muertes que ya fueron y cuya esencia es inasible".
No por ser ateo, el autor dejó de plasmar con rigor y mucho tino la lucha que en esa época se vivía entre el católicos y reformistas. De hecho, junto con las matanzas de los indígenas, es el eje fundamental de la novela. Porque, en el fondo, es el relato de dos atrocidades entrelazadas. La que se cometió en América con la conquista en nombre de la avaricia y la que protagonizó Europa con las guerras entre papistas y reformados.

"Entonces mi amigo sentencia algo que define la paradoja extraordinaria de Dios: en los instantes en que nos sentimos más abandonados por Él, su cercanía es más prodigiosa".
Así nos cuenta que escuchaba Dubois de quien lo impulsaba a pintar luego de vivir la masacre de San Sebastián.

Recorrer con Montoya estos episodios es una experiencia realmente ilustradora de lo que fueron aquellos tiempos terribles.

JM